Nadie acertó con los pronósticos electorales. Únicamente unos pocos expertos en redes sociales afirman que una semana antes de los comicios ya sabían lo que iba a pasar. Pero si no hicieron pública esta información es como si no existiera. Tal como ocurre con aquellos profetas de feria que vaticinan un terremoto una vez que ocurre.
Mucho más coherente fue la decisión de las encuestadoras autorizadas por el Consejo Nacional Electoral (CNE) de renunciar a la aplicación de la exit poll; no quisieron arriesgarse a hacer un papelón.
Los reiterados fracasos de las encuestas en las elecciones de los últimos años pueden leerse también desde el hartazgo ciudadano. Mucha gente asocia a las encuestadoras con el desprestigiado sistema político. Mentirles a los encuestadores puede ser una forma de rechazar el mundo de la política.
Pero también puede tratarse de la imposibilidad de registrar datos sociales en un contexto de extrema volatilidad estructural. Es decir, no solo durante una coyuntura electoral, sino como parte de una conducta social permanente. Medir el ánimo ciudadano, las preferencias o las expectativas de la gente puede producir resultados tan inciertos como las opciones electorales. Se suponía que las preguntas B y C (reducción del número de asambleístas y suspensión del fondo partidario) tenían prácticamente asegurada su aprobación, aunque fuera por un estrecho margen. Al final, todos los cálculos se derrumbaron como castillos de naipes.
El panorama se complica aún más debido a las dificultades que implica esta realidad indescifrable para cualquier gobierno. Si no es posible sondear por dónde transitan las necesidades y expectativas populares, será muy difícil aplicar políticas coherentes, y mucho menos exitosas. Si a esto se le añade que las riendas del Estado están en manos de personas incompetentes, ignorantes de la historia y la realidad nacionales, con agendas grupales y familiares ajenas al interés colectivo, el futuro luce explosivo.
El mensaje ciudadano del pasado 16 de noviembre es demasiado contundente como para ser soslayado. La mayoría de los ecuatorianos y ecuatorianas están decepcionados con el gobierno de Noboa; además, le dijeron claramente que no están interesados en aventuras constituyente ni en preguntas paliativas tramposas. La gente exige respuestas concretas y viables a sus problemas, que no son pocos.
El mayor problema es que no se sabe si Daniel Noboa tiene la voluntad y la capacidad para leer e interpretar este mensaje nacional. Frente a la multitudinaria marcha de Cuenca en defensa de Kimsacocha, el presidente ya dio indicios de un autismo preocupante. Frente al paro indígena de octubre, en cambio, dio muestras de una peligrosa intransigencia. En ambos casos, el diálogo quedó archivado.
