La gente muere en las cárceles y no conmueve a nadie, ni a quien es presidente de todos los ecuatorianos, incluso de los presos.
La cárcel es un problema nacional y la genial idea del presidente es construir más cárceles. O sea, tener más problemas y seguro, en el futuro, más masacres. El 10 de noviembre de 2025, en un acto de humillación pública, el presidente inauguró la cárcel (aún en construcción) denominada del Encuentro trasladando a Jorge Glas a esta cárcel). Un acto más de soberbia electoral… Es que ya no sabe qué más hacer para ganar votos. El presidente Noboa juega con la vida y la dignidad de la gente para ganar elecciones.
Mucho ruido para hacer una nueva cárcel y mucho silencio para tener un mínimo de empatía con ecuatorianos presos que mueren cotidianamente dentro de las cárceles.
El 9 de noviembre de 2025, el Servicio Nacional de Atención Integral a personas privadas de libertad (SNAI) informó que 27 personas presas “entre ellos cometieron asfixia lo que produjo muerte inmediata por suspensión.” Esta incompresible frase podría significar que hubo un presunto suicidio. En el contexto ecuatoriano, sabemos que fue una masacre carcelaria más.
Algún tiempo atrás, el 25 de septiembre de 2025, la periodista Karol Noroña reportó que en la cárcel de Esmeraldas aparecieron 13 personas degolladas y mutiladas. Tres días antes, en la prisión de Machala, se supo que habían muerto 16 personas.
A pesar del control militar y de los estados de excepción, la violencia dentro de las cárceles no se detiene. La estrategia militar, como califica Amnistía Internacional en un reporte sobre Ecuador, no ha funcionado para controlar la violencia y lo peor de todo es que se está incrementando.
Los últimos años, por la creciente criminalidad y violencia en el país, los presidentes de turno —incluido por supuesto el señor Daniel Noboa— nos han bombardeado con ideas como: subir las penas, eliminar los beneficios penitenciarios, castrar a abusadores, construir más cárceles, controlar militarmente a los presos y eliminar los beneficios penitenciarios. Con las mismas falsas promesas ahora incluso justifica cambiar la Constitución para quitar garantías penales.
Por estos mensajes contra las personas privadas de libertad, creemos que todas pertenecen a grupos organizados criminales, son violadores o delincuentes contumaces. Entonces, cuando hay masacres o se denuncian violaciones a sus derechos, creemos que eso se merecen, que es mejor que se maten entre ellos y que algo han de haber hecho para morir ahí.
Nos hemos vuelto insensibles.
Las masacres no es lo único que ocurre allí y que parece que nos ha dejado de importar. Desde que el gobierno decretó que estamos en conflicto armado, las Fuerzas Armadas no permiten el ingreso de médicos ni medicamentos. No permiten traslados al policlínico a personas que están moribundas o requieren atención médica urgente. Hay personas en estado cadavérico, hay hacinamiento, las aguas servidas están desbordadas en las celdas. Todo esto está en el reporte de la Defensoría del Pueblo sobre una visita a la Penitenciaría del Litoral, en Guayaquil.
El Comité Permanente de los Derechos Humanos (CDH) también ha denunciado que hay presos que no reciben alimentos, que los servicios de salud son deficientes, que enfermedades como la tuberculosis se propaga y no hay un tratamiento efectivo.
Este año, 2025, a pesar de que el presidente Daniel Noboa declaró el conflicto armado interno, en enero de 2024, en las prisiones de Ecuador han muerto 395 personas (entre enero y agosto de 2025), muchas por hambre y por falta de atención médica.
¿Cómo despertar la sensibilidad del Estado, de las autoridades del SNAI y ahora de las FFAA que están controlando las cárceles?
Ya que el derecho parece no ser útil, que los derechos de las personas privadas de libertad son abierta y brutalmente pisoteados, me toca en esta opinión recurrir al Evangelio y al espíritu cristiano que anima a los gobernantes.
El presidente, los ministros, los comandantes de las FFAA, los asambleístas de ADN y una gran mayoría de ecuatorianos creen en Jesús, se arrodillan, piden perdón y le agradecen por las bendiciones que reciben en sus vidas.
Ser cristiano es difícil. No se trata solo de arrodillarse una hora, rezar u orar en la misa o en el culto. Se trata de practicar las enseñanzas de Jesús.
Uno de los pasajes que resumen ese espíritu cristiano lo narra el apóstol Mateo cuando habla del juicio final (Mateo 25:35-40).
Cuando eso suceda, Jesús dirá a los de la derecha que gocen del reino preparado por Dios desde la fundación del mundo “porque tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber, fui extranjera y me recogisteis, estuve desnudo y me vestisteis, enfermo y me visitasteis, en la cárcel y vinieron a verme.”
Entonces los justos le responderán: “Señor, ¿cuándo te vimos hambriento y te alimentamos, o sediento y te dimos de beber? ¿Y cuándo te vimos forastero y te recogimos, o desnudo y te vestimos? ¿Cuándo te vimos enfermo o en la cárcel?
Y Jesús les dirá: “Les aseguro que todo lo que hicieron por uno de estos hermanos míos más humildes, por mí mismo lo hicieron.”
¿Quiénes son los más humildes?
Cristo menciona que son las personas que tienen hambre, sed, migran, están desnudas, enfermas y presas. Quizá mencionó en último lugar a las personas presas porque en una cárcel se acumulan todas las penas y sufrimientos posibles. Basta ver el informe de la Defensoría, y de CDH para constatar que así es.
¿Quiénes son esos “justos” que no pueden ver a Jesús hoy, día, siglo XXI, en la cárcel?
El presidente que divide al Ecuador entre los buenos y los malos; los buenos que votan por él y tienen un cartón en sus casas; y los malos que son “conchudos”, objetivos militares, y a los que se les puede matar o dejar morir, que es lo que está pasando en las cárceles.
En el relato bíblico esos que se creen “justos” o buenos no pueden ver a Cristo en los más humildes presos.
Si Jesucristo predicara en el siglo XXI seguro hablaría en lenguaje de derechos humanos. Diría en un juicio final: “los de la derecha que gocen de la libertad, dignidad y sus derechos porque, cuando ejercían poder, tuve hambre y garantizaron mi derecho a la nutrición; tuve sed y garantizaron mi derecho al agua; fui venezolano y garantizaron mi derecho a la movilidad; estuve preso y garantizaron un juicio justo, penas proporcionales y mi dignidad.”
Esos de la derecha son personas como las que están reclamando por los derechos de esos presos, abogados del Centro de Derechos Humanos (CDH), Defensoría Pública, Defensoría del Pueblo y los jueces y juezas que se atreven a fallar a favor de las personas que están muriendo por condiciones precarias en la cárcel.
Entonces los justos y buenos del gobierno le responderán: “Señor, ¿cuándo te vimos con tus derechos civiles, sociales, económicos y culturales vulnerados? ¿Cuándo te vimos enfermo o en la cárcel y no nos dimos cuenta que te violaban tus derechos a la vida, salud, dignidad, integridad?
Y Cristo les dirá: “Les aseguro que todo lo que hicieron por uno de estos hermanos míos más humildes, por mí mismo lo hicieron. Les condeno por incumplir sus deberes y haber cometido delitos.”
El juicio final posiblemente no lo veremos tal como describe la Biblia. Pero más de un hecho en esas cárceles, por esas muertes, merecen investigaciones penales. En las cárceles del Ecuador se está cometiendo un genocidio por goteo, graves vulneraciones a los derechos humanos, atentados contra la vida y la integridad de la gente. Y esos delitos son graves. Los responsables de estas muertes en privación de libertad no irán al fuego eterno pero posiblemente merecerían al menos ir a la cárcel y ser tratados con la dignidad que garantizan a los ahora presos.
Me podrán decir garantista y que defiendo criminales. Pero defender los derechos no solo es un obligación constitucional también —como espero haber demostrado— es un mandato cristiano.
Me pregunto, igual que se pregunta el papá de uno de los cuatro niños de las Malvinas ejecutados, “no entiendo porqué hay gente con tan corazón de piedra.”
