sábado, diciembre 13, 2025

La violencia contada con colores

¿Cómo se vive en el cuarto país, Ecuador, más violento del mundo? ¿Cómo se vive el miedo en la vida cotidiana? Esta es una crónica analítica sobre las percepciones de las cifras sobre la violencia… ¿Y si en lugar de datos de asesinato, contáramos la violencia con colores?

Por: Gabriela Verdezoto Landívar

El mundo ahora es uno, unido por el terror
La vida toda, Alma Guillermoprieto

Vivimos con miedo

El 19 de septiembre, en el Teatro Nacional Sucre, centro de Quito, se presentaba La Dame Blanche: una negra exuberante, hermosa, flautista y cantante cubana de hip hop. La sala quedaría hipnotizada por el carisma de esa santera cuya lengua, como la de las culebras, aleja todo mal.

Al concierto fui en compañía de una gran amiga y periodista. Quedamos en que pasaría a recogerla en la esquina de las avenidas Orellana y 6 de Diciembre. Era viernes, cinco de la tarde y llovía; sin embargo, los calores de mi edad me obligan a manejar con las ventanas del auto, abiertas.

Mi amiga sugirió subirlas porque “era peligroso” No fue la primera vez. Mi hermano, mi madre, colegas, todo copiloto siempre, siempre, siempre me insiste en cerrar las ventanas por “seguridad”, sea al mediodía con el sol andino que muerde o en la noche vacía de una ciudad franciscana que duerme a las siete.

Estos pedidos se hicieron más frecuentes después de la pandemia, cuando Ecuador dejó de ser “isla de paz” para “pasar al otro la’o e las serpientes”, como dice Iliya Kuriaki and the Valderramas en Abarajame.

Hay números que son sentencia. El mundo utiliza uno para medir el peligro: homicidios intencionales por cada 100.000 personas. Con esa cifra se rankean las naciones más seguras, las más felices, y claro, las que viven en el terror. El índice de Ecuador, en 2020, fue de 8 muertes cada 100.000 habitantes. Ecuador estaba entre los seis países más seguros de Latinoamérica.

En tres años, todo cambió. En el 2023 Ecuador fue el país más violento de Sudamérica con 45 muertes violentas cada 100.000 habitantes; seguido, de lejos, por Venezuela con 26, Colombia y México con 25.

La tendencia va en crecimiento. Se calcula que Ecuador podría romper su propio récord y cerrar el 2025 con alrededor de 50 homicidios cada 100.000 habitantes, lo equivalente a 26 muertes diarias, más de una por hora.

Ecuador es el cuarto país más peligroso del mundo de entre 193 analizados por la Iniciativa Global Contra el Crimen Organizado.

Matizar el miedo con música y números

Mientras mi colega y yo mirábamos a La Dame Blanche, Ecuador se preparaba para un nuevo paro nacional convocado por la Confederación de Nacionalidades Indígenas (Conaie) luego de que el presidente Daniel Noboa decidiera quitar el subsidio al diésel. Uno de los argumentos del decreto 126 fue frenar el consumo del combustible que usan las máquinas en la minería ilegal. Los criminales lavan dinero con oro. Oro ilegal.

En el escenario, Yaité Ramos Rodríguez vestía un pantalón negro con brillos, muchos brillos. Una blusa desmangada y corta de la misma tela. Guantes de hilo blanco. Sus rastas las tenía agarradas hacia atrás y sobre la cabeza una especie de corona, también de brillos. Se movía como nadie, su media sonrisa no supo ni a ironía, ni a alegría, ni a seducción sola, sino a todo junto. Sus caderas disparaban ritmo. Cuando dejaba de tocar la flauta, sacaba la lengua rosada, viva, imponente.

Los asistentes nos olvidamos del miedo, del peligro, de la muerte. Luego del show, fuimos a comer. Lo primero que uno busca no es el menú sino la ubicación: que sea un lugar céntrico, una zona medianamente segura, la hora hasta la que atienden. Al parquear, la rutina es mirar a todos lados y buscar al guardia de la calle. Sí, las calles tienen dueño y por seguridad o por si acaso, se les da una moneda al final del uso de la vereda.

Entre la adrenalina que nos transmitió la performance cubana y las agotadas expectativas de cómo vendría el paro nacional, con mi amiga comimos medio con desgano. Ecuador ya vivió una paralización en 2019, duró 11 días, dejó ocho muertos, miles de heridos y detenidos. Otra en 2022, que duró 18 días, dejó seis muertos, 335 heridos y 155 detenidos.

Las dos movilizaciones fueron por la misma razón: la eliminación del subsidio a los combustibles. En esas dos ocasiones el resultado fue el mismo, los presidentes de turno se retractaron. Esta vez sería diferente.

El 19 de septiembre de 2025 empezaría la tercera paralización nacional de los últimos 10 años: rutas bloqueadas, llantas quemadas, gente protestando por el precio de la vida. Militares tomándose las calles de ciudades indígenas como Otavalo y Cotacachi, disparando gases lacrimógenos y deteniendo a quienes levantaban la voz; un gobierno que dejó la Capital y se iba moviendo al toreo de las manifestaciones. Todo esto, sobre un país ya manchado de sangre, con 22 grupos criminales detectados en 2024.

Durante el paro nacional de 2022, una periodista de una radio de la ciudad de Buenos Aires me entrevistó en vivo por WhatsApp, para hablar sobre esos días dramáticos. La última pregunta que me hizo fue: ¿Y cómo vivís en un país tan peligroso? ¿O sea, cómo es tu vida diaria, tu rutina en medio del miedo? No recuerdo que contesté, pero es una pregunta que me la hago casi todos los días.

Las dos movilizaciones fueron por la misma razón: la eliminación del subsidio a los combustibles. En esas dos ocasiones el resultado fue el mismo, los presidentes de turno se retractaron. Esta vez sería diferente.

Mi madre me reta porque dejo que mis hijos de ocho y diez años salgan solos a la tienda ―que está dos casas a la derecha de la calle―. “No se debe correr el riesgo”, me dice, siempre, con las cejas fruncidas. Mientras fui productora general de un programa de televisión, uno de los panelistas pedía que, cuando lo traigamos de Guayaquil a Quito, lo traslademos con un hombre que es su chófer personal y seguro. Que no se movería con ningún otro transporte porque “puede ser peligroso”

Por miedo, la gente no quiere manejar con las ventanas abiertas. Al salir a un bar, o a un concierto, la despedida es “escríbeme cuando llegues”. Por esto, los ecuatorianos mandamos ubicaciones en tiempo real a nuestros familiares cuando tomamos un taxi. Tenemos enrejadas las ventanas de las casas que, a su vez, están rodeadas por cercas eléctricas.

Otro día caminaba por la tarde con mi mejor amiga. Ella andaba tomada de mi brazo porque usaba unos tacos altos y al parecer, incómodos. Por alguna razón salió, como siempre, en toda conversación, el tema de la inseguridad y el miedo. Insinué que no estábamos “tan mal”. Paola me miró asombrada, hasta molesta, diciendo que “cómo me atrevo”, que si acaso no he visto las cifras.

—Hay discursos que pueden ser completamente errados frente a situaciones reales. O sea, los crímenes, los robos son reales, pero, lo difícil de determinar es cuándo pasamos de esa realidad a una sensación que se difumina como una especie de miedo generalizado en la sociedad― dice, un jueves en la mañana, luego del lanzamiento de su libro La guerra global invisible el escritor e investigador de la Universidad Nacional de Colombia, Carlos Alberto Patiño Villa. Y deja una pregunta reflexiva: ¿En qué momento una sociedad realmente está marcada por el crimen y la violencia, o no?

Yo lanzo otra: ¿Cómo llegamos hasta acá? No sé. Tampoco sé responder, todavía, cómo se vive en el cuarto país más peligroso del mundo, donde he manejado tantas madrugadas luego de reuniones, coberturas o karaokes; donde he caminado a altas horas de la noche hasta la farmacia, o hasta una panadería kamikaze que atiende más tarde de las ocho. En los meses de verano del norte, he ido con mi familia y amigos a ciudades amazónicas y de la sierra y hemos también caminado hasta más tarde de las recomendaciones de las madres.

Volví entonces a las cifras, pero con lupa. Aprovechando unas semanas libres, seguí tutoriales para manejar cuadros estadísticos en Flourish, Tableau y mapas en Qgis. Consulté a amigos, a fuentes y a colegas para lograr hacer tablas de colores y mapas del Ecuador con los índices de homicidios intencionales por cantón. Los números hablan y sentencian, sí, pero también matizan.

Datos para poner en perspectiva

El promedio mundial es de seis homicidios intencionales por cada 100.000 habitantes. Latinoamérica es la región más peligrosa: mueren 20 personas de cada 100.000. Japón es el país menos violento con una tasa de 0.2. Es decir que, en ese país, ocurre un homicidio cada medio millón de habitantes. Una ganga de paz. Aunque sufren una epidemia de suicidios, pero ese es otro tema.

Ecuador cerró el 2024 con una tasa de 39 muertes violentas por cada 100.000 habitantes. Casi el doble del promedio de Latinoamérica que de por sí ya es cuatro veces más violenta que el resto del mundo.

En noviembre de 2025, Crisis Group ―una organización internacional que levanta datos sobre los conflictos armados del planeta― publicó un informe amplio y concluyente: Ecuador es un paraíso perdido porque, a pesar de la “mano dura” del presidente Daniel Noboa y su guerra contra el narcotráfico ―declarada el 8 de enero de 2024 ― el número de muertes violentas sigue escalando de manera acelerada.

Hallazgos, cifras y mapas

El Ministerio del Interior publica el 20 de cada mes la actualización del número de homicidios intencionales. Esta es una sábana de datos de la que se puede hacer un barrido con los detalles: fecha, hora, lugar, arma, motivo. Hasta octubre de 2025 se contaron 7.553 muertes violentas.

Pero ¿eso es todo? ¿Así nomás se declara un país en estado casi de caos total? Como dice Martín Caparrós en su libro Ñamérica, estos suelen ser abusos de la estadística. También escribió…

En Ñamérica, la cantidad de asesinatos es brutal, y aun así “solo” se matan, en promedio, 25 de cada 100.000 personas al año. Así visto ― horriblemente visto― no son tantos. La pregunta es qué efectos tiene esa violencia sobre la vida de los 99.975 que no van a ser asesinados en esos 12 meses.

Para Clara Paz, docente e investigadora de la Escuela de Psicología y Educación, de la Universidad de Las Américas (Udla) la violencia genera un círculo vicioso: las noticias de violencia incrementan el miedo y la híper vigilancia, lo que lleva al aislamiento y al debilitamiento del tejido social. Por miedo, abandonamos los espacios volviéndolos propicios para la delincuencia, lo que a su vez genera más noticias de violencia. Si por miedo se abandonan los lugares públicos, la percepción de peligro aumenta.

―No se trata de paranoia, sino de híper vigilancia (alerta ante un peligro real), que se vuelve problemática cuando impide las actividades diarias―, escribe Paz.

“Nos hemos acostumbrado al miedo, a usar nuestras ciudades con temor, como si fueran tierras enemigas”, escribió también Martín Caparrós en su radiografía sobre Latinoamérica  y yo lo leía con el mapa/experimento de colores, casi terminado, en la pantalla de mi ordenador.

Los resultados dan más calma y más miedo.

Quito tiene tres veces menos homicidios intencionales que el promedio de Latinoamérica. Y es dos veces menos violenta que Bogotá. Cuenca tiene un índice de dos muertes cada 100.000 personas, es la mitad de peligrosa que el país menos peligroso de Latinoamérica, Argentina, que tiene una tasa de homicidios de cuatro.

Pinté en verde los cantones que no han registrado una sola muerte violenta en 2025. Son 57 de 222 en los que se divide el Ecuador. Entre estos cantones están Chordeleg y Girón en la provincia de Azuay; Chunchi y Guamote, en Chimborazo; Palanda en Zamora Chinchipe. Solo por dar ejemplos.

En Loja, 13 de los 16 municipios no han registrado un solo asesinato en 2025

El Oro es una provincia violenta, en los municipios de El Guabo y Huaquillas se mata a una persona cada mil. Entre enero y octubre de 2025, en Machala, asesinaron a 276 personas, sin embargo, de los 14 cantones de esta provincia costera, cinco tienen una tasa de homicidio de cero.

Las manchas grises del mapa son los 17 municipios que tienen un promedio menor al global. En este grupo está Antonio Ante, en Imbabura, que es cuatro veces más seguro que Atacama, en Chile.

Quito tiene tres veces menos homicidios intencionales que el promedio de Latinoamérica Y es dos veces menos violenta que Bogotá. Cuenca tiene un índice de dos muertes cada 100.000 personas.

Muisne, en el corazón de la violencia ―porque está en la provincia de Esmeraldas, que tiene una tasa de 35 homicidios― sólo tres personas mueren cada 100.000. Hago eco de la duda de Caparrós ¿Qué pasa, qué vidas tienen las 99.997 personas restantes? ¿Importan?

Sin embargo, sí, hay otros colores que aterran. En rojo están los cantones que pasan el índice de 100 muertes violentas por cada 100.000 personas. Son 18: el municipio de Puebloviejo ―en la provincia de Los Ríos―  es el más violento con una tasa inimaginable: 354 homicidios intencionales por cada 100.000 habitantes: 354 funerales no esperados, despedidas no planificadas; madres, padres, hijos, destruidos.

El segundo municipio más violento se llama Las Naves, y es extraño porque está dentro de una de las provincias más pacíficas del Ecuador, Bolívar. Si a esta provincia descontamos los homicidios de Las Naves, sus muertes cada 100.000 personas serían “apenas” dos.

En Las Naves mueren 257 personas cada 100.000.

En una búsqueda rápida encontré que, en Las naves existe una pugna entre la empresa minera Curimining y el pueblo de 7 mil personas que no quiere que haya minería en sus tierras.

«Mucho tiene que ver con la capacidad del Estado para enjuiciar a aquellos que cometen delitos», dice Carlos Alberto Patiño Villa. «Ahí es donde está la clave porque el miedo y la violencia erosionan la confianza de la sociedad en las instituciones y en los mismos miembros de la sociedad».

Es decir, la incapacidad de impartir justicia es el gran factor que desencadena el miedo social.

El puerto más violento de Ecuador no es Guayaquil ni Manta, sino Balao, que comparte el tercer puesto con Quinsaloma, una ciudad en Los Ríos. Los dos municipios tienen una tasa de 226 muertes violentas por cada 100.000.

En Guayaquil, la ciudad más grande del país, con casi 3 millones de habitantes, 2.129 personas han muerto de manera violenta entre enero y octubre de 2025. Está en el puesto 35 de los cantones más peligrosos del Ecuador con una tasa de homicidios de 78 cada 100.000.

Entre otros detalles, tanto el municipio amazónico de Nangaritza como Sigsig, en Azuay, no tienen muertes violentas registradas en 2025, pero sí un femicidio cada uno.

Es imposible negar que existe inseguridad y que tenemos que estar atentos ―insiste Clara Paz― y crear rutinas de seguridad: no dejar a la vista los objetos, revisar si alguien está muy cerca, cerrar las puertas. Si se cumple con la rutina, no hay necesidad de seguir vigilando; las demás situaciones ya se vuelven circunstanciales y es imposible predecir y protegerte de todo.

―Hay que recuperar micro-espacios,  fortaleciendo la confianza a pequeña escala: saludar al vecino, frecuentar la tienda del barrio, ir a un parque a horas seguras. Son actos de resistencia que reconstruyen la confianza desde la base y hacen que los espacios se habiten—, concluye la docente de la UDLA.

Vivo en Quito que, por el momento, parece una ciudad no tan tan peligrosa. Si fuésemos quisquillosos, el municipio hizo también un desglose de violencia por barrios. Pero el objetivo no es subdividir el terror hasta niveles microscópicos. Así que, aún con algo de miedo, seguiré manejando con las ventanas bajas, tarareando a La Dame Blanche.

Yo no le tengo miedo a na’
Yo ando en la carretera solita en la ciudad.

Esa noche

 

 

 

Gabriela Verdezoto Landívar

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