En la madrugada del 7 de enero de 2024, una fuerza especial policial y militar irrumpió en La Regional, una de las dos principales prisiones de Guayaquil. Habían venido a por el criminal más infame de Ecuador: José Adolfo Macías Villamar, más conocido como “Fito”, cabecilla de Los Choneros, la banda carcelaria más poderosa del país. Las autoridades planeaban trasladarlo a un centro más seguro. Pero cuando llegaron a su celda, estaba vacía.
Fito se había fugado de un pabellón de máxima seguridad por segunda vez en diez años. Pero a diferencia de 2013, cuando él y 17 de los criminales más peligrosos de Ecuador protagonizaron una cinematográfica fuga, esta vez no dejó rastro: ni guardias esposados, ni cercas cortadas, ni huellas ni barcos acechando. Simplemente había desaparecido.
Rápidamente, circularon diferentes versiones sobre lo sucedido. El jefe de prensa de la presidencia apareció en televisión para decir que Fito se había escapado horas antes de que llegaran las fuerzas de seguridad luego de que alguien le avisara del plan para trasladarlo de La Regional, y, de acuerdo con informes de medios de comunicación, a La Roca, la prisión de máxima seguridad de la que se había escapado una década antes. Pero un exministro salió en la radio y afirmó que Fito se había escapado semanas antes cambiándose con un doble durante una visita médica.
A los pocos días, dos guardias de la prisión fueron acusados en relación con la fuga, y la directora de la Regional huyó con su familia. Pero hoy, casi un año después, sigue sin haber una versión oficial de cómo se escapó Fito.
“Es un enigma”, dijo a InSight Crime un comandante local de Los Choneros, que antes recibía órdenes directamente de Fito. “Nadie lo sabe. Ni siquiera nosotros lo sabemos. Algunos dicen que salió por el portón grande, que abrieron la puerta y salió. Pero otros dicen que hicieron otras cosas para sacarlo”.
El jefe de prensa de la presidencia apareció en televisión para decir que Fito se había escapado horas antes de que llegaran las fuerzas de seguridad, luego de que alguien le avisara del plan para trasladarlo de La cárcel Regional.
Aunque la logística de la fuga de Fito es un enigma, no hay ningún misterio real sobre cómo pudo ocurrir: Fito escapó de La Regional porque dirigía La Regional. Durante los cinco años anteriores, la debilidad y la corrupción del Estado habían permitido a Fito convertir La Regional en su feudo personal. Pero más que eso, la había convertido en un centro de mando, desde donde gestionaba un imperio ilícito, valorado en decenas, si no cientos de millones de dólares, y dirigía un despiadado conflicto criminal que sumió a Ecuador en un profundo derramamiento de sangre y caos.
El rey ha muerto
La guerra mafiosa emprendida por Fito desde La Regional comenzó con disparos en un centro comercial de la ciudad de Manta, donde su predecesor, Jorge Luis Zambrano, más conocido como “Rasquiña” o “JL”, fue asesinado en diciembre de 2020.
Rasquiña fue el cerebro de la evolución de Los Choneros hasta convertirse en la red criminal más influyente de Ecuador y de la creación de las bandas carcelarias que se conocen en Ecuador como “mafias”. Con Fito a su lado, había unido a bandas juveniles, atracadores de bancos, extorsionadores y microtraficantes en una poderosa federación criminal que controlaba prisiones, corredores de tráfico y barrios pobres de todo el país y que actuaban como mercenarios al servicio de las élites del crimen organizado.
Rasquiña era un jefe de banda extraordinariamente poderoso. Utilizando una combinación de carisma, astucia y violencia, había forjado una red sin precedentes y alcanzado un estatus casi de santo en el mundo criminal ecuatoriano.
“Cuando él falleció, todas las bandas me vinieron a pedir permiso para tener un minuto de luto por él, y se pasaron de luto todo el día, todos vestidos de negro”, dijo a InSight Crime un ex director de una prisión, que pidió permanecer en el anonimato por motivos de seguridad. “La gente lloraba, gente que no le había visto nunca en su vida”.
Quién mató a Rasquiña sigue siendo un misterio. Los criminales, la policía, los militares y los agentes de inteligencia tienen sus teorías. La mayoría se reducen a una sola cosa: la ambición. En lo que difieren es en la ambición de quién: la de Rasquiña, la de los narcotraficantes con los que trabajaba o la de los jefes de las bandas que trabajaban para él.
“Hay otro líder del que tenemos indicios muy, muy reales de que está trabajando con el Cartel Jalisco Nueva Generación”, dijo. “Pensamos que él mismo motivó la muerte de JL, y lo hizo para que los Choneros se fueran debilitando y, sobre todo, dividiendo”.
Muchas de esas teorías se centran en la masacre de una banda de narcotraficantes en la cárcel de Latacunga, unas semanas antes del asesinato de Rasquiña, y el asesinato del capo ecuatoriano para el que había trabajado esa banda, Telmo Castro. Según un oficial de inteligencia militar que habló con InSight Crime bajo condición de anonimato, Rasquiña había ordenado los asesinatos para ascender en el mundo del tráfico transnacional de cocaína. Pero su ambición había asustado a los demás traficantes, que temían ser los siguientes, dijo el funcionario.
“JL se había convertido en un peligro [para ellos]”, dijo, utilizando el otro apodo de Rasquiña.
Otros dijeron que la batalla se centraba en quién trabajaba con el Cartel de Sinaloa y quién se acercaba al Cartel Jalisco Nueva Generación (CJNG). La rivalidad entre las dos federaciones criminales mexicanas más poderosas se había extendido a Ecuador en años anteriores, pero los detalles eran confusos y a veces contradictorios. Un fiscal de crimen organizado dijo a InSight Crime que Los Choneros se habían movido en contra de Castro y su red porque habían estado buscando hacer tratos con el CJNG, pero un investigador antinarcóticos dijo que otro traficante que trabajaba con el CJNG luego apuntó a Rasquiña para alterar el equilibrio de poder.
“Hay otro líder del que tenemos indicios muy, muy reales de que está trabajando con el Cartel Jalisco Nueva Generación”, dijo. “Pensamos que él mismo motivó la muerte de JL, y lo hizo para que los Choneros se fueran debilitando y, sobre todo, dividiendo”.
Una cosa estaba clara, lo hizo dentro de la federación de Los Choneros, donde muy probablemente se planeó y ejecutó el propio asesinato, según dijeron a InSight Crime fuentes y funcionarios del mundo criminal ecuatoriano. Esa federación era un mosaico de violentas bandas de prisiones y callejeras, que rápidamente comenzaron a señalarse entre sí. Después del asesinato, Fito culpó a Los Lobos, una de las facciones más poderosas de Los Choneros, según el comandante de Los Choneros. Y Los Lobos culparon a Fito.
Casi no importaba cuál era la verdad, porque el resultado era el mismo: Los Lobos formaron una nueva alianza de antiguas facciones de Los Choneros, que contaba con el apoyo de narcotraficantes ecuatorianos y transportaba drogas para el CJNG. La federación de Los Choneros estaba acabada y Ecuador estaba a punto de estallar en violencia.
“Traicionan a Rasquiña la misma gente de confianza de él”, dijo el comandante de Los Choneros. “Lo matan y empieza esta subdivisión de los grupos. Y ahí empieza la guerra”.
Dibujando las líneas de batalla con sangre
El vacío dejado por la muerte de Rasquiña resultaría imposible de llenar. Según el testimonio dado posteriormente en una audiencia del Congreso sobre la violencia en las prisiones, a principios de 2021, las unidades de inteligencia de la policía emitieron 19 alertas sobre la perspectiva de violencia en las prisiones tras el asesinato de Rasquiña.
Entre estas se encontraba una emitida el 22 de febrero de 2021, cuando la policía informó que había detenido a un funcionario de prisiones que intentaba introducir en La Regional dos pistolas de contrabando que se iban a utilizar para matar a los líderes de Los Choneros. Las armas, según el comandante de Los Choneros, estaban destinadas a un miembro de la banda, a quien se le había prometido el control de su propio pabellón de la prisión y de las economías criminales de su interior si mataba a Fito.
El golpe falló. Y Fito se apresuró a tomar represalias. La llamada se produjo en mitad de la noche, según declaró a InSight Crime, un antiguo preso de La Regional que fue testigo de la masacre. El miembro de Los Choneros en su celda tenía la costumbre de poner sus llamadas en altavoz —para hacerlos a todos cómplices de la actividad criminal, creía. Así, el testigo pudo oír al otro lado de la línea, la orden de que a una hora determinada debían salir de sus celdas y atacar a sus rivales.
“Era un frenesí en el que llegaron. Yo no había visto gente drogada con sangre. Estaban drogados con sangre, por haber matado”, dijo. “Fue una cosa terrible de ver, una persona que llega toda manchada, desde la cabeza encharcada en sangre”.
Los Choneros iban armados con dos pistolas y navajas, según el detenido. Mataron a 31 personas, según cifras oficiales.
“Era un frenesí en el que llegaron. Yo no había visto gente drogada con sangre. Estaban drogados con sangre, por haber matado”, dijo. “Fue una cosa terrible de ver, una persona que llega toda manchada, desde la cabeza encharcada en sangre”.
El resto de los presos se encerraron en sus celdas y esperaron la intervención de las autoridades. Tardaron días.
“[Nos dejaron] sin guardias, sin puertas, sin comida”, dijo el testigo a InSight Crime. “Los que quedamos éramos los que no teníamos nada que ver en el asunto, que no sabiamos ni siquiera para dónde coger”.
La matanza de La Regional encendió la mecha de las guerras mafiosas. Los jefes de las bandas dieron órdenes a sus soldados en las cárceles de todo el país: atacar.
En total, 79 personas murieron en cuatro prisiones diferentes, según cifras oficiales. Pero la cuestión no fue solo cuántos murieron, sino cómo murieron. Se difundieron vídeos y fotos de las matanzas: presos cortando cabezas con cuchillos, sosteniendo corazones humanos en sus manos y disparando balas a cadáveres temblorosos. El mensaje era claro: la violencia ya no tenía límites.
Ecuador nunca volvería a ser el mismo.
Divide y vencerás
Tras la matanza, las autoridades se enfrentaron a un dilema recurrente en las prisiones de todo el mundo: dejar a las bandas carcelarias mezcladas con la población general y correr el riesgo de que haya más violencia; o separarlas por afiliación, lo que les ayuda a reclutar, reorganizarse y reequiparse. Ecuador optó por sacar a los miembros de las bandas minoritarias supervivientes que quedaban en los distintos pabellones y prisiones y los colocaron con sus propias bandas.
“Me tocó separarles, tocó empezarles a separar, que no era la idea y que en una situación normal no es lo más apropiado, porque la idea es que no haya una banda que sea dueña de una cárcel”, dijo el ex director de prisiones.
Cada prisión y cada pabellón estaban ahora controlados por una sola mafia, lo que les ofrecía una lucrativa fuente de ingresos y un refugio seguro. Así, la mafia tomó el control del sistema penitenciario.
Los Choneros, que todavía era la banda carcelaria más grande de Ecuador, se apoderaron de La Regional y Rodeo. Sus principales rivales, la antigua facción de Los Choneros, conocida como Los Lobos, tomaron Latacunga y Turi. Las prisiones más pequeñas y el control de los pabellones de la prisión más grande de Ecuador, Litoral, se repartieron entre los Lobos y Los Choneros, así como entre los socios menores de Los Lobos en la coalición disidente de los rebeldes Choneros, como Los Tiguerones y Los Chone Killers.
“El gobierno les dio una estructura, y les dio seguridad, estaban mucho más seguros adentro que afuera”, dijo el funcionario de inteligencia.
Dentro de La Regional, los comandantes Choneros dirigían cada sector y cada pabellón. A la cabeza de todo estaba Fito. Una década después de su detención original, Fito era ya un hombre corpulento, de mediana edad, con una barba desaliñada que le llegaba hasta el pecho. Pero conservaba un poderoso aura criminal.

“Es un tipo educado y muy metódico”, declaró un exalto funcionario de La Regional, que pidió permanecer en el anonimato por motivos de seguridad. “Piensa mucho para hablar, y es tranquilo, tú lo ves en una persona normal, pero de esos que así, con la pasividad que se maneja, puede decir en cualquier momento: ‘Puta, matenlos a los 50’, o: ‘Maten a 100’”.
El control de La Regional también significaba el control de negocios ilegales carcelarios multimillonarios. También tenía un precio, y Fito y Los Choneros tenían que pagar a los guardias, policías y funcionarios con las ganancias que se embolsillaban. Aún así, hubo beneficios —si las autoridades penitenciarias de nivel medio intentaban intervenir para frenar las libertades de Los Choneros o limitar su poder, Los Choneros podrían lograr que sus superiores revocaran las órdenes, dijo el funcionario.
“En alguna ocasión me reuní con un ministro y un comandante de policía, y les dije que tenían que venir aquí a enderezar la nave”, dijo. “[Su respuesta] fue como decir: ‘No levantemos el avispero’”.
Alojados en el pabellón de máxima seguridad de La Regional, Fito y sus dos principales lugartenientes tenían sus propios bloques de celdas. El pabellón tenía de todo, desde televisores y aire acondicionado hasta máquinas para hacer helados y una panadería. Gracias a los certificados médicos que acreditaban las necesidades dietéticas de los reclusos, todos los días les traían comidas especiales: bistec, langosta, pescado y ceviche, según el funcionario. Y cuando estalló la pandemia, introdujeron de contrabando vacunas Covid, añadió el funcionario.
Los Choneros también convirtieron el pabellón de atención prioritaria de La Regional en un club nocturno. La discoteca tenía un bar de madera bien surtido, un sistema de sonido y una piscina con fondo de goma, dijo el ex-preso. Cuando la piscina se llenaba antes de una fiesta, todo el pabellón se quedaba sin agua, añadió.
Gobernar por miedo tiene su precio y, con el tiempo, Fito se volvió más paranoico. Todas las noches los guardaespaldas de Fito encerraban a los demás presos de su pabellón en sus celdas con llaves que él mismo guardaba.
Las fiestas se volvían ruidosas. A menudo se introducía a trabajadoras sexuales en la prisión y en cualquier momento podía estallar la violencia. Para los presos no invitados, las fiestas podían ser terroríficas.
“Cuando bebían, se ponían difíciles”, dijo un preso, que en ese momento estaba en atención prioritaria. “Todos se encerraban porque se asustaban”.
Pero el miedo iba mucho más allá de la violencia de los borrachos, era la forma en que Los Choneros mantenían el control de La Regional.
“Ese es el poder que te da fuerza, el miedo que impones”, dijo el funcionario. “El saber que puedes ordenarle a alguien que mate a alguien”.
Pero gobernar por miedo tiene su precio, y con el tiempo, Fito se volvió cada vez más paranoico. Todas las noches, según el funcionario, los guardaespaldas de Fito encerraban a los demás presos de su pabellón en sus celdas con llaves que él mismo guardaba. Los presos permanecían en sus celdas hasta que él se despertaba. Según el funcionario de La Regional, Fito iba siempre acompañado de guardaespaldas armados, incluso cuando se reunía con las autoridades.
“Yo le decía: ‘¿Qué puedo hacer yo? ¿Por qué andar con esa gente así, hermano?”, explicó el funcionario. “Él decía: ‘Yo no te tengo miedo de usted. Usted no va a hacer nada. Pero no todos los que están adentro me quieren’”.
La guerra fuera de las prisiones
Durante todo el reinado de Fito, no hubo más masacres en La Regional, y era una de las prisiones más pacíficas de Ecuador. Pero eso se debía a que Fito la utilizaba como un respiro, un lugar desde donde podía dirigir sus fuerzas en las otras prisiones e intentar reconstruir la federación que una vez comandó Rasquiña.
“Casualmente [La Regional] es una de [las prisiones] que más tranquilas se ha mantenido. Ahí no pasaba nada”, dijo el ex director de la prisión. “¿Pero qué pasa? Desde aquí se dan las órdenes”.
La fragmentación de la federación liderada por Rasquiña había creado las condiciones para una lucha desordenada y compleja. Los esfuerzos de Los Choneros por repeler los avances de Los Lobos y sus socios de coalición llevaron a un conflicto caracterizado por alianzas cambiantes, traiciones y fragmentación, así como por una violencia extrema. Y aunque se desarrolló simultáneamente dentro y fuera, sus contornos pueden rastrearse a través de los asesinatos en masa que tuvieron lugar en el sistema penitenciario.
Durante el resto de 2021, por ejemplo, al menos 214 personas fueron asesinadas en otras cuatro masacres. Todas, menos una, ocurrieron en la mayor prisión de Ecuador, Litoral. Allí, las mafias enfrentadas controlaban cada una sus propios pabellones, pero ningún grupo dominaba todo el centro penitenciario, lo que dio lugar a batallas constantes y bajas masivas.

El punto candente de la violencia se produjo en septiembre, cuando un rival lanzó un ataque contra un pabellón controlado por una facción de Los Choneros. El ataque fracasó y la facción de Los Choneros lanzó un contraataque. Los enfrentamientos dejaron 119 muertos, según el Ministerio de Defensa. Pero las investigaciones periodísticas sugieren que puede haber sido un recuento insuficiente.
“Al entrar a estos pabellones el siguiente día [de la matanza], no hay olor a muerte, pero hay un vacío”, dijo el exfuncionario de prisiones, que en ese momento trabajaba en Litoral y fue uno de los primeros en entrar cuando cesó la matanza. “Es como si hubiera una silla vacía donde estaba sentado alguien, y nadie habla de quién estaba sentado ahí. Nadie dice: ‘aquí había un Juan, un Pedro’. Nadie dice nada. Todo el mundo olvida quién fue asesinado. Ni siquiera saben su nombre”.
La matanza fue indiscriminada, y solo una parte de los muertos tenía vínculos con bandas, según un antiguo miembro de la Asamblea Nacional que participó en una investigación de la Comisión de Seguridad sobre las prisiones.
“Algunos si eran enemigos de las otras bandas, pero la mayoría de los muertos no lo eran», dijo. «Era un mensaje que mandaban hacia afuera, de que ‘aquí nosotros mandamos y aquí matamos a los que queremos’”.
Tras un año de guerra total, Fito empezó a acercarse a sus rivales con ofertas de paz. Sin embargo, algunos de estos esfuerzos resultaron contraproducentes. En octubre de 2022, una masacre en Latacunga dejó 16 muertos. Uno de los reclusos asesinados era Leandro Norero, un narcotraficante que había financiado a Los Lobos y a la coalición de grupos disidentes de Los Choneros, y uno de los principales sospechosos del asesinato de Rasquiña. A Norero lo mataron a puñaladas, lo decapitaron, y lo descuartizaron. Según un informe de inteligencia visto por InSight Crime, la policía sospechaba que fue asesinado por Los Lobos porque había estado negociando con Fito y Los Choneros.
A pesar del brutal asesinato de Norero, la estrategia de Fito acabó teniendo éxito. Muchas de las otras facciones de Los Choneros, incluidos Los Tiguerones y Los Chone Killers, se reunieron con Los Choneros. Pero cuando Fito se acercó a un alto líder de Los Lobos, su oferta de paz fue rechazada, según el comandante de Los Choneros, quien dijo que participó en las negociaciones tanto dentro de la prisión como por videollamadas.
“Él dijo que no, que él no quería hacer el trato con nadie, que no quería la paz con nadie”, dijo el comandante de Los Choneros.
La ruptura de la coalición de Los Lobos también dejó su huella de sangre. Las disputas entre Los Lobos y sus antiguos aliados condujeron a otra serie de masacres en las cárceles de Turi en Cuenca, Bellavista en Santo Domingo de los Tsáchilas, Inca en Quito y La Roca en Guayaquil. En total, murieron al menos 94 personas.
Con la marea cambiando a su favor, Fito lanzó una ofensiva de relaciones públicas. Apareció en un vídeo musical, rodado en parte en La Regional. En él, su hija y un grupo de mariachis cantan sobre lo incomprendido que es.
“Es un hombre de mucha honra, de carácter, una buena persona, no es como mal informan, un buen amigo lleno de humildad”, ellos cantaban.
Él también apareció en un comunicado en vídeo, haciendo un llamado a la paz entre las bandas. Sentado a una mesa en La Regional y flanqueado por hombres fuertemente armados, se ofreció a entregar sus armas e hizo un gesto a sus guardias para que dejaran las pistolas sobre la mesa.
Pero a pesar de todas las palabras de paz, el genocio de la matanza no cesó: en el primer semestre de 2023 se produjeron otras tres masacres carcelarias que se cobraron 46 vidas, la mayoría en el Litoral. En todo Ecuador, la tasa de homicidios continuó su vertiginoso ascenso, subiendo a 47 por cada 100.000 habitantes, un aumento del 62% respecto al año anterior y convirtiéndolo en uno de los países más violentos del planeta.
El sentimiento de temor por el país alcanzó su punto máximo en agosto de 2023, cuando unos sicarios emboscaron a Fernando Villavicencio —un periodista de investigación convertido en diputado y luego en candidato presidencial— después de un evento de campaña en Quito. La cruzada de Villavicencio contra el crimen organizado y la corrupción le había sumado una larga lista de enemigos, y aunque Los Lobos se convertirían más tarde en los principales sospechosos, era Fito quien se había convertido en el rostro de la crisis de seguridad de Ecuador, y por eso, fue tras él que las autoridades fueron primero.
Se desploma el fortín
Solo tres días después del asesinato de Villavicencio, miles de policías y soldados fuertemente armados y enmascarados, respaldados por vehículos blindados, irrumpieron en La Regional. Poco después, se les pudo ver sacando a Fito de su celda, vestido solo con su ropa interior, para luego sacarlo apresuradamente de la prisión con las manos sobre la cabeza. En cuestión de horas, se distribuyeron a los medios de comunicación fotos de un Fito todavía sin camiseta y agarrado a los barrotes de su nueva jaula en la prisión de máxima seguridad de La Roca.

En La Regional, el traslado de Fito fue recibido con protestas. Los presos subieron a los tejados y colgaron pancartas exigiendo a las autoridades que devolvieran a su líder a su sede. Mientras tanto, sus abogados apelaron el traslado, argumentando que su vida correría peligro en cualquier otra prisión.
El caso finalmente llegó ante un tribunal de tres jueces provinciales que fallaron a favor de Fito, y este fue trasladado inmediatamente de vuelta a La Regional. Las autoridades penitenciarias también apelaron y el caso se descarriló.
Después de que uno de los jueces se retirara, fue reemplazado por Fabiola Gallardo. En ese entonces, ella era la presidenta de la Judicatura de la provincia del Guayas, donde están ubicadas en un gran complejo carcelario: Litoral, La Regional y La Roca. Gallardo también tenía un precio, según una investigación sobre corrupción al más alto nivel y los nexos entre la Función Judicial, la política y el crimen organizado.
Basándose en el testimonio de su ayudante, quien también se enfrenta a una serie de cargos penales, los investigadores afirman que Gallardo concertó una videollamada con Fito a través de su abogado. Al día siguiente, según el testimonio de la asistente, Fito envió a Gallardo US$6.000, un collar con una esmeralda incrustada y flores. La audiencia fue reprogramada, cancelada, reprogramada y cancelada de nuevo.
Luego llegó el 7 de enero. Fito, anunciaron las autoridades, había desaparecido y Ecuador explotó.
Mientras el gobierno se preparaba para implementar una estrategia aún más dura, hubo motines en las prisiones y bombardeos en las calles. Policías y guardias penitenciarios fueron tomados como rehenes. Un canal de televisión fue asaltado en directo por jóvenes armados.
En medio del caos, el nuevo presidente de Ecuador, Daniel Noboa, anunció que el país se encontraba en un “conflicto armado interno” con 22 organizaciones “terroristas”, entre ellas Los Choneros, y la mayoría de sus aliados y enemigos. Noboa ordenó la persecución de Fito, que ya no era un gánster prófugo, sino un terrorista en guerra con el propio Estado, y envió a los militares a recuperar lo que ahora era territorio enemigo: las cárceles, empezando por La Regional.
