viernes, diciembre 26, 2025
Ideas
Susana Cordero de Espinosa

Susana Cordero de Espinosa

Miembro de número de la Academia Ecuatoriana de la Lengua.

Rodrigo Borja: Hombre, intelectual, presidente

Su trabajo enciclopédico es lo más inteligente y exhaustivo sobre los aconteceres y amenazas de los primeros doce aciagos años de nuestro siglo XXI, y antes, y más allá.

El 19 de septiembre de 2012, Rodrigo Borja Cevallos fue recibido por la Academia Ecuatoriana de la Lengua en calidad de miembro de número. Resumo las razones que movieron a nuestra Junta General a votar de modo unánime a favor de su promoción a miembro de número, y cito algunos párrafos de su discurso y de las palabras con las cuales  tuve el honor de recibirlo. (Memorias de la Academia Ecuatoriana de la Lengua, 72, Quito, 2012).

Va, en primer lugar, parte del texto de su profundo   y extenso discurso de incorporación titulado “Choque de civilizaciones”.  El aún candidato las pronuncia, como es de rigor, antes de recibir la ‘contestación’ académica.

Según la opinión de Huntington, el choque de las civilizaciones se dará ineluctablemente porque las diferencias entre ellas son de tanta profundidad que sería una quimera tratar de conciliarlas. Esas diferencias se originan en la historia. Los pueblos de Oriente no compartieron las experiencias históricas europeas […]

Releo su sabia exposición y confieso que me pasman, tanto la amplitud de su conocimiento como la forma en que dicho saber ancla en el presente de entonces (aunque trece años son muchos, no son tantos como para que sus palabras hayan perimido, más bien al contrario).

Me asombran, igualmente, su amplitud de miras, la forma casi profética de anunciar entonces el futuro del presente que hoy vivimos, además de estimular, en todo su decir, al amor por la búsqueda de la verdad y el bien que late en su palabra memorable, referida en un estilo sin tacha. Todo me impacta otra vez.

Su recorrido histórico en este discurso anhelaba mostrar lo esencial de la política de entonces. Sin embargo, al leerlo, tenemos la sensación de que estamos lejos de aquel tiempo, de que lo ocurrido en estos últimos doce años, también vividos por Borja, es enorme. Es cierto que nadie  pudo prever el horror de la guerra de Gaza, ese “genocidio  por parte de Israel contra la población civil  palestina”,  ni el “día más mortífero de la historia de Israel, y la guerra más mortífera de la historia de los palestinos” que sufrimos todos; hoy imagino que esta guerra desigual y terrible debió contribuir al silencio de sus últimos días.

Solo quiero añadir que mi relectura de su discurso —resumen incomparable de ese lapso— me reafirma en que su trabajo enciclopédico es lo más inteligente y exhaustivo sobre los aconteceres y amenazas de los primeros doce aciagos años de nuestro siglo XXI, y antes, y más allá.

Reproduzco algunas de mis opiniones sobre su trabajo vertidas en la citada ‘contestación’:

Es difícil prodigarse en la evocación de los méritos de este hombre bueno, intelectual tenaz, maestro inolvidable para sus estudiantes, político inteligente, honrado, cuyo gobierno (1988- 1992) es uno de los pocos regímenes dignos de perseverar en la mejor memoria de la patria

En cuanto a su obra cumbre, “La enciclopedia de la política”, es resultado de la coexistencia en él, tan rara en nuestro medio, del cultivo intelectual y el persistente quehacer político, aprendizaje teórico-práctico que culmina en la presidencia de la república, como con admirable sencillez resumió su mandato. 

Si la filosofía de los valores o axiología estudia la oposición entre teoría y acción, Goethe resumió bellamente dicha contienda: “Gris, caro amigo, es toda teoría, y eternamente florece el árbol de la vida”… Y Borja: El intento por explicar la guerra de civilizaciones que, más que batalla entre ámbitos de contrarias ideologías es lucha entre vivencias religiosas distintas, exige su abordaje desde el ámbito de la religión: la ética no basta para comprenderlo; en palabras de Imre Kértesz, Nobel de literatura 2002, “el lenguaje racional ni siquiera es capaz de aproximarse a estos síntomas. Es preciso recurrir al lenguaje antiguo, al de la biblia, que conoce a Satanás y sabe del fin del mundo.

En Occidente y Oriente asistimos a actitudes fundamentalistas respecto de valores religiosos y políticos; en Occidente, con lamentable hipocresía, damos  en imaginar que la democracia norteamericana, la europea son modélicas y han de imponerse, incluso mediante la guerra y la desolación que ella siembra. Si el fundamentalismo “rechaza las consecuencias secularizadas de la modernidad”, se extiende y se apoya, contradictoriamente, en la modernidad tecnológica y nos aboca a un universo de información banal, publicidad y economía libradas a la más rampante codicia, cuyos fines se justifican con el aval de Dios.

Rodrigo Borja, con honradez admirable, muy poco se refirió a su descreencia en lo sobrenatural, más que explicable en una sociedad como la nuestra en la cual, llamándonos  creyentes, escandalizándonos hipócritamente, avalamos y admiramos la mentira, la codicia sin freno.

Acudamos a la declaración de Aliosha Karamazov cuando se dirige a su hermano Iván, el ateo: Si Dios no existe todo está permitido. Pero ¿y si existe? ¿Y si existe demasiado y, como pretexto de dominio personal y político justifica el poder, el crimen, la guerra?…

George Steiner (1929-2020), posiblemente el más grande intelectual, ensayista y crítico judío de los años comprendidos entre las siete últimas décadas del siglo XX y las dos primeras del XXI, habla de El interminable silencio de la ausencia de Dios. Preguntémonos si el Dios que creamos a nuestra imagen y semejanza, a nuestra conveniencia, no es un peso aún mayor.

Pertenecer a una Iglesia que garantiza la salvación del creyente dignifica el existir si es consecuente con la vitalidad y el ejercicio de la fe; pero si excluye otras formas de interpretar nuestro ser en el mundo, si instituye los dogmas como principios que nos vuelven proclives a la intolerancia, a la búsqueda de salvación por el asesinato ‘justificado’ del otro —ejemplos sobrados existen en todas las religiones, hoy— tal pertenencia nos sume en la contradicción.

En Occidente vivimos obsedidos por la amenaza islámica, pero avasallamos el mundo con nuestro arrogante materialismo consumista. Usamos la religión para cumplir ambiciones personales terrestres, y también celestiales y eternas… Al aceptar ciegamente creencias o mandatos, abandonamos nuestra voluntad al dictado de verdades sobre las que, así lo asumimos, no cabe ninguna duda. Afirmarnos sin preguntas nos empuja al fanatismo, si ya no estábamos en él. El fanatismo religioso anula el exigente ejercicio de nuestra libertad; limita la criticidad, vuelve excluyente nuestra vocación, nos envanece y deprava; ahorra responsabilidades y brinda el bienestar falaz de compartir la comodidad de certezas indubitables en la unidad de una multitud que no piensa. Librados del temor a errar, podemos alienarnos hasta la muerte…

No es el contraste entre nuestra olvidadiza comodidad y los acontecimientos trágicos que se suceden en esta guerra de civilizaciones, que, con otro nombre, persiste, lo que ha de permanecer.

Creo que más al fondo, lo que perdura es el hermoso poder de la poesía…

Leamos aquí, a la luz de la exclamación de Paul Éluard: Saber un poema de memoria nos pone, de algún modo, al abrigo del desastre, leamos, decía, un poema que nos ayudará a discrepar, gracias a su musicalidad, sencillez y belleza, de la fealdad del mundo a la que no queremos contribuir, y realicemos, por un instante, la exclamación de Steiner: Las luces que poseemos sobre nuestra esencial condición son todavía las que el poeta nos refleja.   

De Jorge Carrera Andrade, fragmento II de Hombre planetario:

Camino mas no avanzo./ Mis pasos me conducen a la nada / Por una calle, tumba de hojas secas / O sucesión de puertas condenadas. / ¡Soy esa sombra sola / Que aparece de pronto sobre el vidrio/ de los escaparates / ¿O aquel hombre que pasa / Y que entra siempre por la misma puerta? / Me reconozco en todos, pero nunca / Me encuentro en donde estoy. No voy conmigo / Sino muy pocas veces, a escondidas. / Me busco casi siempre sin hallarme. / Y mis monedas cuento a medianoche. / ¡Malbaraté el caudal de mi existencia? / ¡Dilapidé mi oro? Nada importa: / Se pasa sin pagar al fin del viaje  /  La invisible frontera. 

Eternidad, te busco en cada cosa…  

Este poema y la gran poesía evocan para mí lo que Max Scheller escribió en “El puesto del hombre en el cosmos”: Breve y raro es lo bello en su delicadeza y vulnerabilidad…

Gracias, Rodrigo hoy y siempre por su ejemplo de vida.

Y exclamo, como lo hice ese día, con orgullo académico, solidaridad y satisfacción humanas:

Rodrigo, esta Casa nuestra merece y necesita su palabra:

¡Bienvenido!

 

 

 

 

 

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