jueves, diciembre 18, 2025

Quito, un Edén de maravillas camino al infierno

Es una ciudad que ha crecido sin identidad ni autoestima y con más problemas que soluciones; problemas originados por una mala planificación y una pésima gestión de los últimos cinco alcaldes que, en lugar de ser representantes del cambio, han sido gestores de la peor forma de hacer política: el populismo.

Por: Ugo Stornaiolo

Mi Quito es un edén de maravillas, dice la estrofa del pasacalle del mismo nombre del compositor Jorge Salas Mancheno, cantada por los habitantes de la capital del Ecuador, especialmente en épocas de las fiestas de fundación cada diciembre. La ciudad a la que cantó el poeta es apenas un recuerdo: las fiestas se extinguieron —gracias a la revolución ciudadana— y el edén se ha convertido en un infierno.

Caos en el tránsito. Trayectos que normalmente deberían tomar treinta minutos, pero en la ciudad del caos, demoran más de tres horas. La medida del pico y placa funcionó hace veinte años, cuando el parque automotor no superaba la media de un auto por cada cuatro personas (muchos, incluso de estratos socioeconómicos medios y bajos adquieren vehículos con facilidades de pago y lo seguirán haciendo si se restringe más placas y tampoco esa será la solución). Paradas de autobuses descuidadas, sucias, abandonadas y grafiteadas. La llegada del Metro ha sido como aplicar delgados paños de agua helada a un enfermo terminal…

A eso se agrega el pésimo servicio público de transporte —manejado por empresas privadas— que son un grupo de presión fuerte que impide que exista una tarifa única del transporte por la guerra de frecuencias y rutas que todos los alcaldes —por congraciarse y buscar los votos— han evitado confrontar. Sin mejorar el servicio, las cooperativas se auto incrementaron el pasaje a $ 0,35 y a $ 0,45 en los interparroquiales.

El desorden y el abuso en el transporte público se ha agudizado en el periodo de Pabel Muñoz. Foto: Archivo PlanV

Viajar en los buses urbanos es una odisea homérica: si no son los vendedores ambulantes (algunos anuncian sus antecedentes penales antes de ofrecer el producto), son los delincuentes que ingresan con pistola o cuchillo en mano amedrentando a los pasajeros. Si no son los controladores gritando —cuando el bus está lleno— “siga, siga, atrás está vacío”, son los atascos y las frenadas bruscas de los choferes en cualquier parte. Las paradas son una utopía. Todos los pasajeros quieren que les dejen casi en sus casas…

En las áreas de quebradas hay el riesgo permanente de que se desplomen las viviendas que fueron construidas precariamente en tiempos de invasiones, autorizadas o no por funcionarios municipales o por candidatos a alcaldes buscando votos.

Los parques y otros espacios urbanos son otro símbolo del deterioro. Hay que caminar por esos lugares esquivando la basura y a los mendigos. También hay el riesgo que bandas de delincuentes amenacen y se lleven todo. Los juegos de esos parques son inaugurados, luego olvidados y se roban las piezas. Se substraen las alcantarillas o se tapan con basura y cuando llueve se inunda todo el sector. Salir a hacer deporte es una actividad de riesgo en algunas zonas.

En las áreas de quebradas hay el riesgo permanente de que se desplomen las viviendas que fueron construidas precariamente en tiempos de invasiones, autorizadas o no por funcionarios municipales o por candidatos a alcaldes buscando votos. Los planes de remediación no funcionan y las laderas de las montañas que rodean a Quito son un peligro latente (como pasó con los aluviones de La Comuna y la Gasca y otros derrumbes que siguen sucediendo en toda la ciudad). Añádase la temporada de incendios (como el que afectó la zona de Guápulo en 2024).

El desconcierto se ha apropiado de las aceras —que tienen baches y están llenas de irregularidades—, espacios públicos y edificios patrimoniales llenos de grafitis, suciedad e irrespeto. Esto es mucho más evidente en el Centro Histórico, antes orgullo patrimonial de la ciudad, hoy un espacio para que malandrines e informales hagan de este espacio un botadero de basura y zona precaria llena de negocios ilícitos e informales. El metro maquilla la situación en el día, pero al caer el sol…

El 70% de calles y avenidas deterioradas, con cuadrillas municipales que “parchan” algunas partes y cuando deben completar el trabajo (meses después) ya cuando el asfalto colocado se levantó y surgen más baches, que son uno de los peligros de los automotores. Si por estos huecos hay que bajarse a revisar el carro, se corre el riesgo de un asalto.

La ciudad padece con postes de alumbrado eléctrico que albergan millones de cables (fideos los llama la gente; en muy pocos lugares se ha hecho planes de soterramiento) que se confunden con el paisaje de los letreros, carteles, publicidad ambulante, valles, pantallas led y música ruidosa en los negocios. Toda esta contaminación visual sirve para llamar la atención, pero lo que más sorprende es la audacia con la que los comerciantes formales e informales se adueñan de las veredas —hasta modificándolas— para expender sus productos. No se respeta las ordenanzas municipales (como la 282). Se construye sobre las líneas de fábrica y se ignora la distancia entre los inmuebles. No hay vigilancia ni autoridad que haga respetar los mandatos.

Los llamados «tallarines» son la acumulación indiscriminada de cable de telefonía y de otros distintos servicios. Los planes de soterramiento son escasos. Foto: PlanV

A medida que la ciudad crece lo hacen sus redes de agua y alcantarillado, pero sin planificación porque se hacen en el momento y de acuerdo con necesidades puntuales de los habitantes.

La vieja ciudad franciscana no se moderniza, ante la desidia de las autoridades de los últimos cinco períodos (Quito padece desde el 2009 a los peores alcaldes de su historia y la tendencia es que sigan ganando improvisados, con no más del 20% de los votos). Lo que empezó como una novelería modernizadora del exalcalde Barrera, solo es una fachada que esconde las miserias.

El historiador Manuel Espinosa Apolo en su recuento de la historia urbana de Quito hablaba de muros, cimientos y piedras ocultas por siglos emergieron durante los trabajos de restauración del patrimonio tras el sismo de 1987. La Quito española fue levantada sobre la ciudad inca y remontando quebradas. Al excavar se ha encontrado partes de la historia. Pero la modernidad se sigue abriendo paso en desorden e ignorando el pasado.

A medida que la ciudad crece lo hacen sus redes de agua y alcantarillado, pero sin planificación porque se hacen en el momento y de acuerdo con necesidades puntuales de los habitantes (con permisos dudosamente obtenidos para la creación de zonas pobladas —invasiones, más bien—). En muchas zonas hay continuos cortes del servicio. La luz eléctrica tampoco se salva (hay apagones frecuentes).

Quito se ha vuelto una ciudad donde la regla es la improvisación. Se tapa baches o se hace obras de alcantarillado al ojo y al apuro, colapsando también el tránsito en algunas zonas de la ciudad.

¿Y de fiestas, cómo está Quito?

La ciudad ofrece atractivos turísticos, plazas, centros de recreación e historia, pero no está preparada para los cambios, que llegaron y se acomodaron como pudieron. El desorden, la precariedad y el descuido son las principales características de una urbe que creció longitudinalmente, pero también hacia los valles, que empiezan a padecer también las calamidades urbanas. Un viaje desde Tumbaco, San Antonio o Sangolquí al híper centro toma más de dos horas en horarios de congestión.

Autopista General Rumiñahui, tomada en el tramo de salida y llegada de El Trébol. El colapso del tránsito y la accidentalidad permanente no alternan la indolencia del Consejo Provincial de Pichincha. Foto: planV

Que Quito tocó fondo en las últimas festividades de diciembre es algo que no admite dudas (con profanaciones woke de capillas, festivales de música copiados a los de otros países, mucho alcohol, chivas que se incendian y dos serenatas —la del caprichoso alcalde y la del presidente—). Es una ciudad que ha crecido sin identidad ni autoestima y con más problemas que soluciones, originados por una mala planificación y una pésima gestión de los últimos cinco alcaldes que, en lugar de ser representantes del cambio, han sido gestores de la peor forma de hacer política: el populismo.

¿Qué busca Quito? La ciudad llegó a este nivel de deterioro, analiza el periodista Martín Pallares, porque es un botín político. Algunos detalles no se pueden modificar desde tiempos de la alcaldía de Paco Moncayo y a lo anterior se agrega las normas del Código Orgánico de Organización Territorial, Autonomía y Descentralización (COOTAD), que reemplazó a la Ley de Régimen Municipal (a partir de Montecristi en 2008), cuyas modificaciones incrementaron el poder del alcalde y los concejales.

El alcalde es quien toma ahora todas las decisiones de manera concentrada y, para garantizarse gobernabilidad, entrega cuotas de poder a los concejales que, antes de la vigencia del COOTAD, solo asistían a sesiones y ganaban dietas. Ahora son funcionarios a tiempo completo bien remunerados y a cada concejal se le entrega un área (feudo) para mandar (tránsito, metro, mercados, parques, transporte, cultura, deportes, agua potable y alcantarillado).

Quito se cae a pedazos. La ciudad, desde hace veinte años, refleja todo lo malo que se hizo en el país tras la irrupción del populismo correísta. La capital arrastra desde entonces una carencia de liderazgos.

En lugar de tener un sistema eficiente, con el actual código, hay ineficiencia, especialmente en Quito: durante las últimas cinco administraciones municipales ha habido funcionarios investigados por corrupción. En lugar de reducir la masa burocrática, en Quito aumentó hasta llegar a unos 24 mil empleados (en Guayaquil, ciudad un poco más grande, solo hay 5 mil), sin que exista una verdadera intención de hacerlo. Con esto, en muchos de los casos, los trámites y permisos municipales se duplican y hasta se triplican, con las consiguientes molestias de los usuarios (a veces con sobornos y coimas).

Quito se cae a pedazos. La ciudad, desde hace veinte años, refleja todo lo malo que se hizo en el país tras la irrupción del populismo correísta. Quito arrastra desde entonces una carencia de liderazgos, evidenciada al ver quiénes han sido recientemente alcaldes y concejales, porque muchos no llegaron al cabildo por méritos, sino por populismo y demagogia. Algunos incluso no son nacidos en la ciudad, a la que llegaron buscando oportunidades.

Hasta hace no mucho, la alcaldía de Quito era un cargo de honor y distinción. La ciudad era plataforma para llegar a la presidencia. Nombres ilustres e inolvidables como los de Jacinto Jijón y Caamaño, José Ricardo Chiriboga Villagómez, Jaime del Castillo, Sixto Durán Ballén, Álvaro Pérez, Rodrigo Paz, Jamil Mahuad o Roque Sevilla le dieron al primer sillón de la ciudad un lustre importante. En la actualidad no existen líderes quiteños con proyección nacional.

Una toma de la calle Venezuela, en el Centro Histórico de Quito. Foto: PlanV

La capital ecuatoriana está en orfandad política. No es el epicentro de la política nacional. Se pierde, en la memoria cercana, la imagen de alcaldes que daban la cara ante los problemas de la ciudad y del país, mientras la ciudad los apoyaba.

Como señala Fabián Corral, “Quito es una ciudad sin proyecto. Es una ciudad que se pierde entre el tumulto, la informalidad, el desorden y la falta de autoridad. El centro histórico está en camino a la destrucción. La actitud de las autoridades es injustificable, su inutilidad nos ha llevado a la incuria. La desaparición de las élites es una evidencia. En la actualidad, Quito se percibe como una capital rara: capital sin clase dirigente, sin poder, sin voz”.

Se pregunta Corral si “¿Quito es una ciudad de verdad?, porque no hay sociedad civil que la sienta, que la exprese, que milite por ella, que se duela de su destino. Hay conglomerados de consumidores y vendedores. No hay gente que, como dicen en el fútbol, se ponga la camiseta. Hay supermercados y clientes, barrios y urbanizaciones, suburbios y rascacielos, pero ese conglomerado no es una ciudad que responda a una estructura comunitaria, donde los pobladores actúen en función del compromiso que nazca de un básico sentido de pertenencia”.

Como señala Fabián Corral, “Quito es una ciudad sin proyecto. Es una ciudad que se pierde entre el tumulto, la informalidad, el desorden y la falta de autoridad. El centro histórico está en camino a la destrucción».

Quito ha perdido su identidad por las excesivas migraciones internas, el desorden urbano, la contaminación y malas administraciones municipales. Quito ya no es el centro de la política, sino un espacio de disputa política donde prevalece el egoísmo de los que captan la alcaldía. Muchas ciudades crecieron, pero no renunciaron a su personalidad y mantienen su sentido de comunidad, de pertenencia, historia y tradición. Quito las perdió todas casi al mismo tiempo.

El Municipio es un ente burocrático donde cada concejal y el alcalde están allí, pero pensando en la siguiente elección, usándolo como una vulgar plataforma electoral, con obras intrascendentes, hechas al apuro para lograr salvar los presupuestos de cada año. Generalmente se hacen muchos estudios, los trabajos se inician en los últimos meses, se trata de hacerlos al apuro y salen mal. Y, al final, hay una mediocre ejecución del presupuesto estatal anual.

“Teóricamente, Quito es una ciudad política y es la capital de la República del Ecuador. En la práctica, y en los últimos gobiernos, ha perdido toda relevancia, todo peso, toda importancia. Está colonizada por el poder, pero no tiene voz ni voto en la gestión del país. No tiene presencia, no tiene pulso”, sostiene Corral.

“No sorprende que, en Quito, incluso en una capilla desacralizada, se use iconografía cristiana para montar un espectáculo cuya intención claramente era provocar. A los creyentes no se les borra su fe con un decreto municipal; las imágenes religiosas no dejan de ser sagradas porque el Estado cambie el uso del edificio. Y si el fin era transgredir, se lo pudo hacer sin tocar aquello que para millones tiene un valor íntimo e identitario”, escribe Fernando Insúa.

¿Y en el tránsito, cómo va la ciudad?

En las últimas semanas, Quito ha sido testigo de muchos accidentes en las vías Simón Bolívar y Ruta Viva (el ingenio popular la llama “ruta de la muerte”). Todos los días hay uno o más accidentes y creció el número de víctimas mortales. Los ciudadanos miran impávidos como se incendian camiones y se vuelcan autobuses.

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Para el urbanista John Dunn “es cierto es que la geografía quiteña no es el mejor escenario para diseñar y construir carreteras, según las normativas viales internacionales. Nuestra topografía cuenta con pendientes muy pronunciadas; y estas no suelen permitir los radios de curvatura requeridos para vías de alta velocidad. Sin embargo, resulta difícil culpar de esto al reciente incremento de accidentes vehiculares en las vías previamente mencionadas. Más bien, puede ser uno entre varios factores, pero no el decisivo. Conviene entonces ver las diferentes causas involucradas en el escenario actual; y si se pudiera, convendría también ver cuál de los factores es el principal detonante de las calamidades ocurridas recientemente”.

La medida del pico y placa, que fue eficaz al inicio, se volvió en contra de los intereses de la ciudad. Cada año, Quito incrementa su parque automotor en un 20%. La razón es evitar tener que someterse al transporte público manejado por empresas privadas. Los ciudadanos de estratos altos, medios y hasta bajos, se endeudan para adquirir un vehículo (muchas de las veces usado).

Agrega Dunn. “la estrechez del valle de Quito no permite un mayor número de alternativas para recorrer la ciudad de norte a sur, o viceversa. La Simón Bolívar se ha convertido en la columna vertebral de la movilidad en la ciudad; sobre todo por el colapso de la vía Occidental Mariscal Sucre, y por la expansión de la ciudad hacia los valles”.

A este escenario hay que añadirle otros elementos: la intrepidez-estupidez de los conductores y el control equivocado de la AMT; que se preocupa más de controlar el pico y placa o de revisar papeles, provocando innecesarias congestiones de tránsito a cualquier hora, en lugar de establecer el control de flujos vehiculares. Y cuando ocurre algún accidente, se puede detener el tránsito un par de horas, para “la reconstrucción de los hechos” …

“Imbecilidad organizada”

Simón Espinosa Cordero es muy duro en un reciente análisis, cuando critica al municipio por haber autorizado un espectáculo trans en el interior de una iglesia desacralizada. Para el analista “no es un episodio anecdótico ni una polémica religiosa. Es el síntoma perfecto de lo que Umberto Eco llamó ‘la imbecilidad organizada’: la forma contemporánea de la estupidez institucional que toma decisiones sin comprender los códigos culturales que las sostienen”.

Eco, recuerda Espinosa, “distinguía al ‘imbécil’ como un agente social incapaz de leer signos, contextos y significados. No es el tonto común, sino el operador público que actúa sin criterio, que confunde lo simbólico con lo utilitario y convierte el espacio cultural en un laboratorio de provocaciones sin sentido, revelando una analfabetización semiótica que atraviesa a quienes dirigen la vida pública”.

Añade: “una iglesia -consagrada o no- es un espacio de memoria antropológica, cargado de sentido colectivo. Allí donde generaciones buscaron trascendencia y recogimiento, se ha puesto en escena una parodia que juega entre lo identitario y la transgresión. No se discute la legitimidad del arte drag; se discute la imbecilidad -en palabras de Eco- de encuadrarlo en un lugar cuyo significado excede la política de subsuelo”.

Espinosa sostiene que “sociológicamente, esta decisión expresa el colapso del criterio: la ruptura de los límites simbólicos que ordenan la convivencia. En una ciudad herida por el crimen, la pobreza y el desgobierno, la autoridad opta por estimular conflictos superfluos. Es la “estupidez organizada” operando como política pública. Es la institucionalización del ruido y de la bronca íntima del hombre-masa de Ortega”.

Ya Umberto Eco advertía que la modernidad está llena de imbéciles que no distinguen una catedral de un galpón. Quito acaba de confirmarlo. No por progresista, sino por torpe. No por inclusiva, sino por ignorante. Lo que se ha degradado no es un edificio: es la cultura entera de una ciudad. Dijo el árbol: teme al hacha, / palo clavado en el suelo: / Contigo la poda es tala (Antonio Machado)”, concluye.

Si Quito no escoge bien al próximo alcalde, seguirá en manos de charlatanes, bribones, embusteros, pícaros y carroñeros (como pasó con Guayaquil en tiempos de los Bucaram). Y negros nubarrones sobrevuelan la ciudad: los tres aspirantes más opcionados en las encuestas son Pabel Muñoz (de pésima gestión), el exalcalde Jorge Yunda (el único burgomaestre en la historia que fue removido de su cargo por corrupción) y Paola Pabón (la ineficaz prefecta de Pichincha).

Ugo Stornaiolo

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